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sábado, 31 de enero de 2009

EFECTIVAMENTE, LA HISTORIA SE REPITE...

Venezuela.- Un grupo antijudío asalta una sinagoga en Caracas
Un grupo fuertemente armado asaltó durante la noche una sinagoga de la capital venezolana, Caracas. Tras reducir a los vigilantes, los atacantes penetraron en las instalaciones administrativas y en el propio recinto religioso, donde arrojaron al suelo los rollos sagrados de la Torá y otros objetos propios del culto judío, informó Globovisión.
Hay que ver como las gastan los amiguitos de Iran... Mas detalles en el siguiente enlace:

Segundo ataque a una sinagoga de Barcelona en menos de un mes
El agresor pertenece a la formacion ultraderechista "MOVIMIENTO SOCIAL REPUBLICANO".
Menos mal que en Barcelona gobierna la Izquierda! Lo malo es que esta izquierda esta bizca y no sabe donde mira...
Mas informacion en el link de abajo.


Claro que en Latinoamerica tambien da miedo la cosa. Lean sino este articulo de ANDRES OPPENHEIMER en el Miami Herald (30/01/2009) y que la periodista Pilar Rahola ha puesto en su web traducido al castellano:


Y en Australia, surrealismo puro!

La izquierda socialdemócrata y los antisistema, aliados del Islam y los neonazis

EDUCACION INFANTIL, DONDE ESTA UNICEF?

Una de las claves para comprender el conflicto en Oriente Medio es conocer que tipo de educacion han recibido cada una de las dos partes implicadas. 
Los siguientes videos son extractos de la programacion infantil en un canal de TV de Gaza:







LAS SEMILLAS DEL ODIO













Como decia Golda Meir:
"Tendremos la paz, cuando los palestinos amen mas a sus hijos de lo que nos odian a nosotros"

DOCUMENTALES: PALLYWOOD (Segun las fuentes palestinas...)" Y "Al Durah, El nacimiento de un Icono"

REPORTAJE DEL PROGRAMA 60 MINUTES, SOBRE LA MANIPULACION MEDIATICA DE LA QUE HACEN GALA LAS FUENTES PALESTINAS ANTE LOS MEDIOS OCCIDENTALES :







Al Durah. El nacimiento de un icono

Este documental, continuación de Pallywood, examina las extrañas circunstancias que envuelven la secuencia del tiroteo en que se vieron envueltos Muhamed al Durah y su padre Jamal en Netzarim (Franja de Gaza), el 30 de septiembre de 2000 y que dio la vuelta al mundo.



Mas en su pagina web:
http://www.seconddraft.org/

EL EMBROLLO PALESTINO

Copio aqui los siguientes articulos escritos entre Febrero y Marzo del 2006, del escritor argentino Marcos Aguinis sobre el conflicto en oriente medio y su historia.


El embrollo palestino (I)

El pequeño espacio que se disputan árabes y judíos está ubicado en un mal lugar, porque desde antiguo ha sido motivo de interminables luchas. Las historias más viejas documentan pulseadas entre Egipto al sur y Mesopotamia al norte. Luego vinieron las sangrientas conquistas persas, griegas, romanas, árabes, cristianas, turcas e inglesas, hasta llegar al día de hoy, en que se eterniza la confrontación entre los dos pueblos arraigados a esa tierra: israelíes y palestinos. Un chiste judío narra que la razón por la cual los israelitas de los tiempos bíblicos marcharon de Egipto a Canaán se debió a la tartamudez de Moisés. Dios le dijo: “Lleva mi pueblo a la Tierra Prometida, la tierra que mana leche y miel; llévalo a Canadá” y Moisés ordenó a sus columnas con gran esfuerzo: “!Vamos a Can... can... na... án!” y los enterró en el peor sitio del mundo.

El vocablo Palestina no existía. No es mencionado ni una vez en la Biblia.

Los israelitas consiguieron unificar a las diversas tribus y pueblos que habitaban las tierras entre el río Jordán y el Mediterráneo bajo el reino de David, mil años antes de Cristo. David había nacido en la aldea de Belén (Beth-léjem, en hebreo, “casa del pan”) y designó su capital al estratégico caserío jebuseo, ubicado apenas diez kilómetros al norte; le impuso el nombre de Jerusalén (en hebreo, “ciudad de la paz”). Su hijo Salomón construyó el Templo y le dio aires de leyenda. Después se produjo una escisión entre el Norte y el Sur. El norte se llamó reino de Israel y el sur, reino de Judá. Los asirios conquistaron y destruyeron el reino del Norte. Siglos después los babilonios hicieron lo mismo con el Sur. Pero unas décadas más tarde el emperador Ciro, de Persia, auspició el regreso a Jerusalén, que ya había empezado a ser cantada en Salmos de exquisita inspiración 500 años antes de Cristo: Si me olvidara de ti, oh Jerusalén,/ mi diestra sea olvidada/ y mi lengua se pegue a mi paladar.

Luego de la breve conquista helénica, los macabeos recuperaron la independencia de Israel, que duró hasta la conquista romana. Los emperadores Vespasiano y Tito tuvieron que poner el pecho para frenar las sublevaciones y arrasaron Jerusalén, el Templo y varias fortalezas. Pero la resurrección de Judea hacía trepidar porciones sensibles del Imperio y los romanos no perdían ocasión para aplastar el menor movimiento rebelde. No olvidemos que un agravio adicional a Jesús –herido con infinita crueldad y aparentemente derrotado– fue inscribir sobre la cruz que era “el rey de los judíos”. ¡Vaya rey!, se habrán burlado los romanos mientras se disputaban sus despojos.

¿Y Palestina?

Todavía nada, inexistente.


Un siglo y medio después de Cristo se produjo otra importante sublevación judía. Jerusalén estaba en ruinas, el templo arrasado, las fortalezas de Herodion y Massada hechas añicos. Un guerrero llamado Bar Kojba reinició la lucha, enloqueció a varias legiones y consiguió una relativa independencia. Los romanos tuvieron que mandar ochenta mil hombres al mando del famoso general Julio Severo. Cuando consiguieron penetrar en la última fortaleza de Bar Kojba tras un prolongado sitio, lo encontraron muerto, pero enrollado por una serpiente. El oficial romano exclamó: “Si no lo hubiese matado un dios, ningún hombre lo habría conseguido”. Adriano era el emperador de turno y el inolvidable libro de Marguerite Yourcenar dedica muchas páginas a ese levantamiento. Adriano pensó que debía cortar de raíz las reivindicaciones de los judíos. Prohibió que visitaran Jerusalén, a la que le cambió su nombre por el de Aelia Capitolina y suprimió la palabra Judea o Israel por Palestina.

¡En este momento aparece Palestina, en el siglo II!

¿De dónde se obtuvo? Fue otra humillación romana. Palestina se escribía en latín Phalistina y hacía referencia a los filisteos, que la Biblia menciona desde Josué hasta David. Significa “pueblo del mar”. Habían llegado desde Creta, probablemente tras la implosión de la civilización minoica y se establecieron en la costa sur del territorio. Jamás lograron conquistar el resto del país y terminaron integrados por completo al reino davídico, porque después dejaron de existir. Nunca más hubo filisteos ni grupo que los reivindicase. Se convirtieron en judíos. Quizás Einstein, Kafka, Marc Chagall, Arié Sharón o Golda Meier descendieran de antiquísimos filisteos; ¿quién puede saberlo?

Pero la palabra Phalistina no tuvo suerte. A ese territorio –que adquirió relevancia extraordinaria por la Biblia, que es la base del cristianismo y luego del Corán– los judíos lo siguieron llamando “Eretz Israel” (tierra de Israel), los cristianos Tierra Santa y después los árabes la bautizaron Siria meridional. Los cristianos fundaron el efímero reino latino de Jerusalén y durante el Imperio Otomano el país fue convertido en un provincial y despreciado Vilayato. Jerusalén perdió brillo, el país se despobló y secó. Viajeros como Pierre Loti y Mark Twain testimonian que atravesaban largas distancias sin ver un solo hombre.

El nacionalismo judío y árabe nacieron casi al mismo tiempo, a fines del siglo XIX. Este último floreció más en Siria, a cargo de pensadores y activistas cristianos que recibieron influencias europeas. Los sirios acusaron a los sionistas, es decir, a los nacionalistas judíos, de haber inventado la palabra “Palestina” para quedarse con Siria meridional. En realidad, había resucitado como una palabra neutra frente al desmoronamiento del Imperio Turco.

La presencia judía en Tierra Santa fue una constante y el alma judía añoraba año tras año, siglo tras siglo, milenio tras milenio, la reconstrucción de Eretz Israel con el mismo fervor que antes, junto a los nostálgicos ríos de Babilonia; nunca dejaron de repetir: “¡El año que viene en Jerusalén!”. A fines del siglo XIX, empezaron a llegar oleadas de inmigrantes que se aplicaron a edificar el país con caminos, kibutzim, escuelas, institutos técnicos y científicos, forestación obsesiva, universidades, flores, teatros, naranjales, una orquesta filarmónica, aparatos administrativos. Cuando terminó la Primera Guerra Mundial, Palestina quedó en manos del conquistador británico por mandato de la Liga de Naciones. Quienes nacían en esa tierra eran palestinos, fuesen judíos o árabes. Los judíos se llamaban a sí mismos palestinos, antes de la independencia.

Los árabes tardaron más en tomar conciencia de su identidad nacional. Gran Bretaña, advertida de la compulsión judía por su independencia, amputó dos tercios de Palestina e inventó el reino de Transjordania. Consideró aliados a los árabes y creó la Liga Arabe, en 1945, para mantener el dominio de la región. Después de la segunda Guerra Mundial, arreció la demanda emancipadora judía y la potencia colonial llevó el caso a las Naciones Unidas para provocar su condena. El tiro le salió por la culata: las Naciones Unidas votaron el fin del Mandato Británico y la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe. Los judíos celebraron la resolución, pero los países árabes decidieron violar sin escrúpulos la decisión de las Naciones Unidas y barrer “todos los judíos al mar”, como lo atestiguan numerosos documentos de la época.

La guerra se presentaba como un nuevo genocidio. El flamante Estado de Israel no tenía armas –¿quién las vendería a un inminente cadáver?– y debió enfrentar a siete ejércitos enemigos con las uñas y los dientes. Fue una lucha desesperada, muchos hombres y mujeres eran sobrevivientes de los campos nazis. Como consecuencia de esa guerra desigual –iniciada por los árabes y no deseada por los judíos–, aparecieron los refugiados. Refugiados árabes y refugiados judíos. Estos últimos eran los ochocientos mil judíos expulsados de casi todos los países árabes en venganza por la derrota; fueron recibidos en Israel, pese a sus dificultades iniciales, y los integraron a la vida normal. Los seiscientos mil refugiados árabes, en cambio, fueron encerrados en campamentos donde se los mantuvo aislados, sometidos a la pedagogía del odio y el desquite. Transjordania usurpó Cisjordania y Jerusalén Este, por lo cual cambió su nombre por el de Jordania; Egipto se quedó con la Franja de Gaza. Durante diecinueve años de ocupación árabe, jamás se pensó ni reclamó crear un Estado árabe palestino independiente en esos territorios.

Sólo después de la Guerra de los Seis Días, también deseada por los Estados árabes, se produjo la ocupación israelí y la historia pegó un brinco asombroso.



El embrollo palestino (II)



A partir de la Guerra de los Seis Días cambió la relación de fuerzas en el conflicto árabe-israelí. Digo bien, porque hasta ese momento no era un conflicto palestino-israelí. Los árabes de Palestina se llamaban “árabes de Palestina”, no “palestinos”. La diferencia es importante. Como señalamos en la nota anterior, también los judíos se llamaban palestinos. Era un enfrentamiento entre el Estado de Israel y todos los Estados árabes que habían intentado destruirlo desde su nacimiento, violando la sabia decisión de las Naciones Unidas, que ordenaba la creación de un Estado árabe y un Estado judío, lado a lado, con vínculos económicos fraternales.

En efecto, la partición del país, decidida el 29 de noviembre de 1947 por la ONU, se basaba en la distribución demográfica de entonces, compuesta por cantidades aproximadas de judíos y árabes. A los árabes se les otorgaba sus principales ciudades y casi todos los sitios bíblicos; a los judíos, sus ciudades, colonias y la mayor parte del desierto. Era equitativo y los judíos lo celebraron, aunque muchos con tristeza, porque se quedaban sin porciones ligadas a su historia nacional y religiosa.

Pero la guerra que los Estados árabes se empecinaron en llevar adelante, con el manifiesto propósito de realizar una matanza “que pusiera en ridículo las de Gengis Khan”, produjo una catástrofe inversa. Hasta el día de hoy es sorprendente la falta de responsabilidad que manifiestan esos Estados por el daño que ocasionaron a sus hermanos de Palestina. Además, no han realizado esfuerzos serios para integrarlos, sino que los persiguieron, discriminaron y hasta asesinaron en forma masiva, como en el Septiembre Negro de 1971. Cientos de miles de palestinos tuvieron que pasar varias generaciones en campamentos de refugiados, mantenidos por la limosna internacional. Es el único caso de refugiados provocados por una guerra que no pudo ser resuelto, pese a la inversión multimillonaria realizada en más de medio siglo, y que nutrió a una gorda burocracia, pero no mejoró la vida de los auténticos destinatarios de los fondos. Esos refugiados se convirtieron en una preciada materia sometida a una pedagogía caudalosa del resentimiento y el odio.

Transjordania usurpó la Ribera Occidental y Jerusalén Este para quedarse con esa ilegítima herencia y, para ello, llegó al escándalo de cambiar su nombre, en 1949, por el de Jordania. Durante su ocupación de diecinueve años, así como durante la ocupación egipcia de Gaza, no hubo un solo intento para convertir esas tierras en un Estado árabe-palestino.

El presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, adquirió un fuerte liderazgo gracias a su empeño panarabista, su acercamiento con la Unión Soviética y su alianza con los países No Alineados (entre los que figuraban países muy alineados ideológicamente como China, Cuba, Yugoslavia). Consiguió formar con Siria la República Arabe Unida, que era el comienzo de una federación destinada a unir todo el mundo árabe. Su propósito no entraba en contradicción con la existencia de Israel, según entendió este país, y David Ben Gurión le propuso integrarla. Nasser no quiso ni siquiera escucharlo y redobló su agresividad. Bloqueó el Estrecho de Tirán, que permite el acceso al Golfo de Akaba, y, de esa forma, pretendió matar el puerto israelí de Eilat. Manifestó que ansiaba convertir en realidad el sueño de arrojar a los judíos al mar mediante la demolición de Israel, como lo testimonia la prensa de entonces. Compró gran cantidad de armas con ese propósito. Las súplicas internacionales destinadas a evitar otro genocidio resultaron estériles. Iba a realizar su ataque mediante una pinza mortal: Egipto desde el Sur y Siria desde el Norte. Siria expresó su acuerdo mediante disparos cotidianos desde las alturas del Golán contra las poblaciones israelíes que rodeaban el bíblico lago de Galilea. Aba Eban, canciller de Israel, recorría angustiado las principales capitales del mundo para rogar que disuadieran al presidente egipcio. Fue inútil, porque Nasser llegó al extremo de exigir que las Naciones Unidas retirasen las tropas que evitaban los choques entre ambos países; quería tener libre el camino para su masivo ataque bélico. Ante un mundial estupor, el entonces secretario general de la ONU, el birmano U-Thant, le dio el gusto y ordenó la evacuación de esas tropas. Nasser tenía luz verde para iniciar la guerra.

No sólo los judíos, sino millones de personas se conmovieron ante la inminencia de una tragedia que reproduciría el Holocausto. Fue entonces cuando estalló la Guerra de los Seis Días, porque horas antes del colosal ataque árabe la aviación israelí tomó la iniciativa y pudo cambiar el curso de la historia. Al principio las emisoras árabes mintieron a sus audiencias informando sobre inexistentes victorias. El primer ministro de Israel, Levy Eshkol, comunicó al rey Hussein de Jordania que no se incorporase a la agresión, porque Israel no quería sufrir un tercer frente. Pero Hussein fue presionado por Nasser y avanzó sobre Jerusalén Oeste y otros puntos de la larga y accidentada frontera. Entonces, Israel, luego de aplastar a los egipcios y sirios, tuvo que dirigirse contra los jordanos y arrebatarles Cisjordania.

La opinión pública internacional no podía salir del asombro. El pequeño Israel volvía a triunfar. En los organismos internacionales el bloque comunista aliado con los árabes exigió el fin de las hostilidades y la devolución de los territorios conquistados, sin tener en cuenta, de nuevo, la responsabilidad de Egipto, Siria y Jordania en la tragedia, ni exigir la paz. Los verdaderos territorios conquistados eran la península del Sinaí y las alturas del Golán, que no se consideraban parte de Palestina desde el trazado de fronteras que realizaron, con cierta arbitrariedad, las potencias coloniales luego del desmembramiento del Imperio Otomano. Cisjordania fue “liberada” de la ocupación jordana y la Franja de Gaza, de la ocupación egipcia: los israelíes no lucharon contra los árabes-palestinos, sino contra los Estados árabes que ocupaban parte de Palestina. Ya es hora de disipar esta confusión.

No obstante la victoria, Israel propuso grandes devoluciones territoriales a cambio de la paz. Como respuesta, la Liga Arabe se reunió en Khartum y, estimulada por Nasser, escupió a Israel los famosos tres no. No negociaciones con Israel, No reconocimiento de Israel. No paz con Israel.

Israel decidió, en forma unilateral, que todas las mezquitas y los lugares sagrados del islam fueran administrados por autoridades musulmanas. Las ciudades y aldeas árabes debían estar a cargo de intendentes árabes, muchos de los cuales, como el de Belén, permaneció en el cargo durante décadas y mantuvo excelentes relaciones con el gobierno israelí. Cientos de miles de árabes de Gaza y Cisjordania encontraron trabajo. Los benefició el turismo, que no habían conocido hasta entonces; parte significativa de sus productos eran comprados por los mismos israelíes. Se registraron encuentros entre judíos y árabes que habían sido amigos antes de 1948 y hasta se realizaron casamientos mixtos.

Después de la Guerra de Iom Kipur, en 1973, el nuevo presidente de Egipto, Anwar el Sadat, empezó a reconocer que no tenía sentido negar la existencia de un país tan sólido como Israel. Ante la sorpresa universal, decidió visitar Jerusalén. Aunque esperaba ser bien recibido, no esperaba que lo aplaudirían y agasajarían con una lluvia de júbilo y gratitud. Empezaron las negociaciones con el duro Menajem Beguin y, en menos de un año, se firmó la paz. A cambio de la paz, Beguin aceptó entregar hasta el último grano de arena del desierto del Sinaí. Y no sólo arena: entregó aeropuertos, pozos de petróleo, rutas, centros turísticos y hasta ordenó la evacuación de la populosa ciudad de Yamit, construida entre Gaza y el Sinaí, para que nada de Israel permaneciera en territorio egipcio. El encargado de evacuar por la fuerza a los colonos judíos fue Arié Sharón. Este general no imaginaba que, mucho después, debería repetir el operativo en la Franja de Gaza. Con esta cesión de tierras equivalentes a casi tres veces el tamaño de Israel, caía la acusación de su vocación expansiva, por lo menos entre quienes piensan con lógica.

En el tratado de paz con Egipto, Israel prometió la autonomía de los árabes que habitaban Gaza y Cisjordania. Autonomía significaba otorgarles el manejo de todas las áreas, menos la defensa y las relaciones exteriores. Es decir, no llegaban a la independencia ni soberanía. Así lo entendió Beguin, pero seguramente Sadat pensaba que la autonomía conduciría, de forma inexorable, a la independencia. La idea de los dos Estados que viven y prosperan uno al lado del otro, que nació en la saboteada partición de 1947, resucitaba con fuerza. Los árabes de Palestina tomaban conciencia de su identidad nacional y se aplicaron a la conformación de una narrativa que les otorgase un respaldo macizo.


El embrollo palestino (III)
Se debe hacer justicia respecto del fenómeno nacional palestino, que contiene elementos admirables. En el curso de pocos años consiguió hacerse reconocer por la Liga Arabe, las Naciones Unidas y el mismo Estado de Israel. Desde 1948 (independencia de Israel) hasta 1967 (Guerra de los Seis Días), Filastín (Palestina, en árabe) había dejado de existir: una porción del mapa lo ocupaba Israel y la otra, Jordania y Egipto.

En mayo de 1964 se fundó la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), integrada por centenares de valientes hombres que componían Al-Fatah, Al-Saiqa y el Frente Popular para la Liberación de Palestina. Las tres entidades eran laicas y se inspiraban en el apasionado nacionalismo que durante los años 60 acompañó la descolonización en Africa y Asia; la última era marxista-leninista. Pero en 1967 apoyaron la obsesión bélica del presidente Nasser, que concluyó en un desastre: Israel derrotó a quienes pretendían aniquilarlo y se extendió desde el Canal de Suez hasta las alturas del Golán. Los árabes palestinos pasaron de la ocupación jordana y egipcia a la insospechada y asombrosa ocupación israelí.

Era una excitante bisagra de la historia: los israelíes ofrecieron negociaciones directas y ceder territorios a cambio de la paz. En Khartun, sin embargo, fueron proclamados los lamentables Tres Noes, que destruyeron una oportunidad irrepetible. A partir de entonces, los israelíes se empeñaron en tratar a los árabes de los nuevos territorios con respeto, pero sin verlos como entidad nacional.

Fue un grave error generado por el hecho de que ni durante el mandato británico ni durante la larga ocupación egipcio-jordana los palestinos hicieron un esfuerzo para edificar esa entidad. Lo único que pretendían era demoler a Israel y hundir a los judíos en el mar.

La OLP optó por la vía terrorista. Siguió el modelo de los fedayines a los que Nasser espoleaba a cruzar la frontera para cometer atentados en Israel. Asaltaron aviones, atacaron aeropuertos, asesinaron deportistas, pusieron bombas en ómnibus escolares, dispararon contra viviendas. Adquirieron notoriedad porque contrastaban con los sectores que aspiraban a conseguir un acuerdo negociado. Por esa época, el gentilicio “palestino” inauguró su triste asociación con la palabra “terrorista”. Pero también otorgó resonancia a la expresión “pueblo palestino”, que se refería ahora sólo a los árabes de Palestina. Se la martilló con vigor creciente, a pesar de que muchos aún negaban su existencia real.

En 1970, la OLP había logrado constituir una fuerza considerable en Jordania, casi un Estado dentro del Estado, y decidió tomar el gobierno de ese país, que históricamente había formado parte de Palestina. El rey Hussein reaccionó ferozmente y se calcula que sus tropas mataron a miles de “hermanos palestinos” en septiembre de 1971, llamado desde entonces Septiembre Negro.

Las despavoridas columnas de Arafat huyeron hacia Siria, pero el presidente Assad les cerró la entrada con impiadosos cañones y ametralladoras. De forma poco clara –tal vez autorizados por Israel– llegaron al Líbano, donde también se empeñaron en formar un Estado dentro del Estado, hasta que explotó la sangrienta guerra civil.

La OLP controlaba el Sur y desde ahí lanzaba ataques diarios contra las poblaciones fronterizas de Israel. En 1974 consiguió ser reconocida por la Liga Arabe como “única representación legítima del pueblo palestino”, noticia que puso en aprietos a la dirigencia árabe moderada. Menajem Beguin, que había firmado la paz con Egipto, decidió silenciar las baterías palestinas del Líbano, en 1982. Sus fuerzas llegaron rápidamente hasta Beirut y en el trayecto fueron recibidas con alivio, flores y alimentos por las poblaciones cristianas sometidas a los asaltos de la pinza sirio-musulmana. Los dirigentes de la OLP tuvieron que huir a Túnez.

En noviembre de 1988, durante una reunión del Consejo Nacional Palestino en Argel, Arafat anunció el establecimiento del Estado Independiente de Palestina y aceptó las resoluciones 242 y 338 de las Naciones Unidas. Esta inteligente decisión fue premiada al mes siguiente por Estados Unidos, que aceptó iniciar un diálogo diplomático directo con la OLP. Estos avances se quebraron cuando el poco visionario Arafat apoyó la invasión a Kuwait de Saddam Hussein, lo que lo enemistó con Occidente y con la mayoría de los países árabes que hasta ese momento lo habían sostenido.

En 1993 Shimon Peres e Itzhak Rabin decidieron “resucitar” a Arafat para conseguir la solución del largo conflicto. La primera intifada había tenido el mérito de consolidar la flamante identidad nacional palestina, incluso entre los israelíes. Se selló el acuerdo de Oslo, que les valió a los tres personajes citados el Premio Nobel de la Paz. Nació la Autoridad Nacional Palestina y empezó la transferencia de poderes. Los temas más difíciles quedaron para el final, cuando las negociaciones podrían haber sido aceitadas por una creciente confianza mutua. Pero sucedió lo contrario, debido a la acción de los grupos armados autónomos que la Autoridad Palestina no quiso inhibir. Al-Fatah, liderado por el mismo Yasser Arafat, constituyó las Brigadas Al-Aksa, que cometían crímenes condenados en inglés y felicitados en árabe. Engordaban los grupos fundamentalistas Hamas y Jihad Islámica, que no aceptaban ningún acuerdo. Arafat, en lugar de ejercer la posición del estadista que monopoliza el poder, seguía con las ilusiones del guerrillero que dejaba hacer a los terroristas para minar la resistencia israelí. Alcanzó cumbres del doble discurso. Condenaba cada atentado mientras estimulaba su multiplicación. Las primeras mujeres asesino-suicidas fueron jóvenes palestinas que calificó de “rosas de nuestra causa”.

En el encuentro de Camp David durante la presidencia de Clinton, los palestinos habían logrado un avance que no hubieran soñado años antes: la pronta creación de un Estado palestino independiente sobre casi todos los territorios ocupados y la soberanía compartida de Jerusalén. Pero Arafat resistió las presiones, pateó el tablero y logró que los palestinos no dejaran de perder la oportunidad de volver a perder la oportunidad. Regresó haciendo la ve de la victoria (¿qué victoria?) mientras el primer ministro de Israel, que había cedido más de lo que hubiera aceptado Rabin, volvió derrotado. A los pocos días, con la pueril excusa de un paseo de Ariel Sharon por la explanada del Templo (que había consentido Jamil Jahib, responsable palestino de seguridad), desencadenó la injustificada y criminal segunda intifada, que duró cinco años, con miles de muertos por ambas partes, exacerbación del odio en lugar de la confianza y un empeoramiento profundo de la calidad de vida palestina.

El rechazo a las concesiones de Camp David fueron una siniestra repetición de los Tres Noes, lanzados en Khartun. Bloqueó el camino de los acuerdos y cargó dinamita a la violencia. Pero consiguió que el mundo viese en los palestinos la víctima inocente e indiscutible; por lo tanto, impermeable a las críticas. Todo lo que hacían se justificaba por el martirio de la cruel ocupación. De esa forma, nadie le exigió a la Autoridad Palestina que ejerciera el monopolio de la fuerza y pusiese fin a la metralla de los atentados, que invirtiera en la salud, la educación y la construcción los multimillonarios recursos que recibía de la Unión Europea y los Estados Unidos y que terminara con su farándula de corrupción, que hasta un intelectual palestino como Eduard Said criticó, encendido de rabia. Gran parte del dinero volaba hacia bancos extranjeros o se gastaba en la compra de armas; la viuda de Arafat es ahora una millonaria que disfruta las delicias de París mientras se conmueve por el heroísmo de los suicidas (ni ella ni su hija piensan suicidarse, por ahora). Ante el triunfo electoral de Hamas, dirigentes de Al-Fatah ponen pies en polvorosa por miedo de ser ejecutados debido al peso de sus bolsillos. Me reservo las reflexiones sobre Hamas para la próxima nota.

Grandes desafíos enfrenta el nacionalismo palestino, que nació secular y ahora cae bajo la férula de la teocracia islámica. Nunca existió un Estado árabe independiente en Palestina y nunca Jerusalén fue la capital de ningún Estado árabe o musulmán, ni siquiera cuando Saladino expulsó a los cruzados, o el imperio turco se extendió por la región, o Jordania usurpó la parte oriental. Debido a esa carencia, el nacionalismo palestino racional ansía y necesita escribir la narrativa que le brinde respaldo, sin recurrir a la fabulación. Claro que no puede aspirar a una narrativa de la vastedad, riqueza y resonancia judía, con 3500 años de historia vinculada en cuerpo y alma con ese país. Pero sí a la narrativa reciente. El Estado palestino no será obra de un milagro, como no lo fue el Estado de Israel.

Los judíos reconstruyeron su Estado con lágrimas, sudor y sangre. No fue un regalo. Antes de la independencia ya habían creado ciudades, kibutzim, caminos, universidades, teatros, colegios, sistemas de riego, orquestas sinfónicas, puertos, métodos para fertilizar el desierto, hospitales, museos, forestación, centros de investigación. Los palestinos pueden exhibir los derechos que les otorga un período apenas menor, en el que también derramaron lágrimas y sangre, además de vivir en ese territorio o extrañarlo desde el exilio. Pero a la sangre y las lágrimas ahora falta el sudor: construir en vez de destruir.


El embrollo palestino (IV)



Las últimas elecciones palestinas han complicado la situación, aunque muchos pensamos que la han vuelto más diáfana. Estas elecciones fueron ganadas de manera impecable por el grupo fundamentalista Hamas. Para conocer la ideología que lo sustenta, es obligatorio conocer su Pacto. Constituye una guía también impecable, ya que este tipo de organizaciones no anda con vueltas: dice lo que piensa y hace lo que dice. No nos perdamos algunas citas elocuentes. En el preámbulo afirma: “Israel existirá y continuará existiendo hasta que el islam lo destruya, tal como destruyó a otros en el pasado”.

“El Movimiento de Resistencia Islámico (Hamas) es un movimiento cuya alianza es con Alá y cuya forma de vida es el islam. Su objetivo es izar el estandarte de Alá sobre cada porción del suelo palestino” (artículo 6). El artículo 7 expresa su ardiente antisemitismo: “El Día del Juicio Final no llegará hasta que los musulmanes se enfrenten a los judíos y los maten a todos. Entonces, los judíos se esconderán detrás de las rocas y de los árboles, y las rocas y los árboles gritarán: «¡Oh, musulmán, hay un judío escondido detrás de mí! ¡Ven y mátalo!»”.

El artículo 22 es extenso, pero ofrece evidencias de su inspiración en los libelos que, a su vez, inspiraron el Mein Kampf, de Adolf Hitler. Reúne todas las calumnias que diferentes tendencias inventaron sobre los judíos. También manifiesta su alucinante carácter reaccionario. “Los judíos han conspirado contra nosotros durante mucho tiempo y han acumulado grandes riquezas materiales y gran influencia. Con su dinero, tomaron el control de los medios. Con su dinero, provocaron revoluciones en distintas partes del mundo. Estuvieron detrás de la Revolución Francesa, de la revolución comunista y de la mayoría de las revoluciones. Con su dinero, crearon organizaciones secretas –tales como los masones, el Rotary Club y el Club de Leones–, que se están diseminando por el mundo con el fin de destruir sociedades y llevar a cabo los intereses sionistas. Estuvieron detrás de la Primera Guerra Mundial y crearon la Liga de las Naciones por medio de la cual podían gobernar el mundo. Estuvieron detrás de la Segunda Guerra Mundial, por medio de la cual lograron enormes ganancias financieras. No hay ninguna guerra en ningún lugar del mundo en la que ellos no intervengan”.

Quienes suponen que Hamas se conforma con un Estado palestino que permita alguna coexistencia con Israel debe fijarse en el artículo 11: “La tierra de toda Palestina es un waqf islámico [posesión sagrada del islam] consagrado para futuras generaciones islámicas hasta el Día del Juicio Final. Nadie puede renunciar a esta tierra ni abandonar ninguna parte de ella”.

Los ideales de un Estado árabe palestino, democrático y pluralista, donde tengan derechos no sólo los judíos, sino también los cristianos, quedan destruidos por el categórico artículo 13: “Palestina es tierra islámica. Esto es un hecho”.

La guerra es orlada con febril exaltación; el artículo 33 borra cualquier duda: “Las filas se cerrarán, los luchadores se unirán con otros luchadores y las masas de todo el mundo islámico acudirán al llamado del deber proclamando en voz alta: ¡Viva la jihad! Este grito llegará a los cielos y seguirá resonando hasta que se alcance la liberación, los invasores hayan sido derrotados y logremos la victoria de Alá”.

No deja espacio para las iniciativas de paz, que son condenadas en otra parte del feroz artículo 13: “Las iniciativas de paz y las supuestas soluciones pacíficas, así como las conferencias internacionales, se contradicen con los principios de Hamas. Esas conferencias son un inaceptable medio para designar árbitros de las tierras del islam a los infieles. No hay solución sin la jihad. Las iniciativas, las propuestas y las conferencias internacionales de paz son una pérdida de tiempo”.

La demonización del sionismo (nacionalismo israelí) permanece anclado en centenarios mitos paranoicos, cuya fuente falsa y venenosa no tiene pudor en revelar, como lo ilustra el artículo 32: “La confabulación del sionismo no tiene fin; después de Palestina querrán expandirse desde el Nilo hasta el río Eufrates. Cuando hayan terminado de digerir el área sobre la que hayan puesto sus manos, codiciarán más espacio. Su plan ha sido diseñado por los Protocolos de los Sabios de Sión.

No hace falta ser avispado para advertir que proyectan sobre el diminuto Israel su propia hambre de expansión territorial. Son ellos quienes aspiran a un califato que se extienda desde el Atlántico hasta Indochina, y luego más. En sus escuelas enseñan que España pertenece al islam y deberá ser recuperada. El objetivo más alto no es ahora la creación de un Estado palestino, sino la victoria universal de la fe y la legislación islámicas. Su programa aspira a que rijan las leyes de la sharia, imposibles para la civilización occidental. Como lo expresa el delirante artículo 22, hasta la Revolución Francesa es abominable y seguro que las tres famosas palabras –libertad, igualdad, fraternidad– serán sospechosas cuando tomen un firme control del gobierno.

A Hamas, sin embargo, no lo han votado por este programa teocrático-nazi, sino por la corrupción, ineficacia e hipocresía de Al- Fatah y los líderes de la Autoridad Palestina. Una encuesta revela que el 75% de los palestinos que votaron por Hamas aspiran a la solución de un Estado propio que conviva lado a lado con Israel. Hamas se ha presentado como la única opción que tenía las manos limpias. Por lo tanto, no todo está perdido. Hamas deberá demostrar que seguirá con las manos limpias y que mejorará la calidad de vida de su pueblo. Para ello no sólo deberá terminar con la miliunochesca corrupción, suspender los atentados y postergar sus delirios de guerra perpetua, sino aplicarse con seriedad a construir el Estado palestino como los judíos construyeron su Estado de Israel.

Si no toma esta senda, es probable que sus mismos electores le den la espalda. Hamas no ganó por su fanatismo reaccionario y antisemita, sino por el desencanto de los palestinos. La irresponsable intifada, desencadenada por la bicéfala administración anterior, ha traído el bloqueo de una solución negociada, y un horrible incremento de muertes, represalias, desocupación y miseria. A Hamas ya no le alcanzará con lavarse las manos y echarle la culpa de todo a Israel.

Por eso dije al comienzo que el embrollo palestino se ha vuelto más diáfano. Ahora se conoce sin medias tintas qué piensan y quieren los que asumirán la Autoridad Palestina. No quedan dudas sobre su carácter antisemita, ultramontano, fundamentalista y bélico.

Pero Hamas necesita consentimiento internacional para recibir fondos. Tendrá que demostrar su virtud para liberar a la sociedad de los grupos armados autónomos, restaurar el orden público y darle sustento a una economía saqueada. Si pretende seguir recibiendo los miles de millones de dólares que la Unión Europea, Estados Unidos y otros países donaban, tendrá que bajar los decibeles de su fanatismo y actuar con responsabilidad.

Ya no será tan fácil condenar a Israel cuando sanciona a quienes cometen atentados y ya no será tan fácil justificar cada atentado por la pobreza creciente y el interminable sufrimiento. La ocupación israelí puede cesar enseguida, como fue demostrado en la frustrada conferencia de Camp David o con la retirada de Gaza. Pero si cesa la ocupación, ¿con qué excusa encubren la incompetencia y el robo colosal?

Por su parte, Israel no necesita el consentimiento de Hamas para tomar decisiones y, por supuesto, para existir. Tendrá que resignarse a la postergación del acuerdo definitivo que exigen millones de pacifistas israelíes, cada vez más desilusionados de quienes consideraban “socios para la paz”.

Israel enfrentará tres opciones: proseguir con negociaciones estériles a la espera del remoto acuerdo definitivo; tomar posesión de los territorios a largo plazo, como hizo Jordania en 1949, o definir de modo unilateral sus fronteras y que los palestinos del otro lado se las arreglen.

La Hoja de Ruta seguida hasta ahora no parece viable, a menos que Hamas acepte cesar la violencia y reconozca a Israel. Pero significaría cambiar la esencia de una ideología rígida, a menos que una interpretación teológica confirme que no es pecado mentir a un infiel y, por lo tanto, prometa y reconozca en falso.

La mayoría de los israelíes rechaza seguir con la ocupación de los territorios palestinos. En suma, la lógica hace pensar que si Hamas no brinda claras señales de apaciguamiento, Israel optará por la solución unilateral retirándose de parte de Cisjordania y definiendo sus nuevas fronteras.

No es lo deseable, ni la lógica suele predominar en política. Lo grave es que Palestina en manos de un Hamas incorregible puede transformarse en un Estado armado caudalosamente por Irán y convertirse, gracias a su centralidad, en el disparador de una guerra masiva que arrastre a toda la región, y más allá también. El embrollo palestino se ha clarificado, pero sigue siendo un angustiante embrollo.


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LA IZQUIERDA E ISRAEL

He creado este blog, yo, un ateo, democrata de Izquierdas.
De izquierdas, pero no la izquierda de los dogmas, la izquierda de la biblia marxista, la izquierda hipocrita, la izquierda que adoctrina e impone...
Una Izquierda razonable y que razona, sin imposiciones ni manipulaciones. Con capacidad de autocritica y capaz de rectificar errores y reconocer cuando se equivoca. Esa es la izquierda en la que creo. Una Izquierda honesta. Sobretodo consigo misma. Existe?

Que pretendo con este blog?

Demostrar a quien pare por aqui, que no todas las personas de izquierda se creen todo lo que le cuentan, que hay personas que no estan de acuerdo con la campaña inciada contra el judaismo. Si, judaismo, porque aunque algunas personas pretendan justificarse con un discurso tan ridiculo y repetido como: "No estoy contra Israel, estoy contra el Sionismo", "Los Sionistas quieren eliminar a los palestinos" llegando a comparar el Genocidio con las acciones militares de un estado democratico (Si, Israel es una democracia).  
Pero no, eso no es "antisionismo".  Es antisemitismo puro y duro como demuestran el odio que se puede ver en las diferentes manifestaciones pro-palestinas.

Asusta ver las imagenes de los ultimos dias en varios paises del mundo. Imagenes que recuerdan mucho la europa de los años previos a la 2ª guerra mundial. La unica diferencia, con aquella epoca, es que esta vez es la izquierda, la que promueve esas manifestaciones. Esa izquierda que quiere "justicial social y que siempre ha estado del lado del que sufre,  del oprimido". Eso lo saben los fundamentalistas yihadistas, esa version islamica del nazismo con tintes religiosos que se nutre de los mismos instintos primarios de los que siempre se ha nutrido la sinrazon y la barbarie. 

Vaya panorama! Una izquierda desorientada y completamente sin rumbo. Y mientras la izquierda pierde el norte en medio de una crisis  economica que ira a peor, estan los fascistas, nazis y racistas en sus nuevas versiones echando mas leña al fuego, tratando de pescar en aguas revueltas.

Y la derecha en España, que opina sobre este asunto? Ojala tuvieramos una derecha como en Francia o Alemania en este pais, pero por lo visto, parece que dentro de esa derecha hay una corriente democratica a la cual respeto, y parece mostrar cierto pragmatismo con este asunto.

Y sobre Palestina? Ojala el pueblo palestino tenga la valentia de enfrentarse a sus enemigos principales, que son los fundamentalismos islamicos en todas sus versiones. No son mas que titeres de diferentes paises gobernados por fundamentalistas islamicos a los que la vida de los civiles palestinos no les importa nada. Son carnaza para los radicales.


Israel puede equivocarse, pero Palestina y sus dirigentes tambien. De hecho lo hacen continuamente. No olvidemos los pasos que ha dado Israel para conseguir vivir en paz, las concesiones que hizo  en el pasado y que muchas personas en este pais no tienen en cuenta porque es imposible por la parcialidad de los medios. "Informando" siempre hacia el mismo lado.

En fin, bienvenidos y gracias por visitar este blog!